La sal de las lágrimas (digital)

4,00


Portada del libro La sal de las lágrimas
Portada del libro La sal de las lágrimas
Back Cover

Begoña es una joven vasca que vive en Donostia, trabaja en un estudio de diseño y en su tiempo libre acude a una herriko taberna donde se reúne con sus compañeros de la kale borroka.

Ana nació en Tarragona, tiene 24 años y cuando tenía 11 fue víctima de un atentado de ETA en el que murieron sus padres y su hermano pequeño, y ella resultó gravemente herida.

Nadie imagina que Begoña y Ana son la misma persona.

 

© 2011 por Antonio Martínez
Publicado por HG Editores
© 2011 por Gas–Ruiz e hijos, S.L.
C/ La Fuente, 18
28450 Collado Mediano (Madrid)
info@editores-hg.com
Ilustración y diseño de cubierta: David R. Vega
Maquetación: Eva Hernández Malye
Corrección: Lola Ortega
Editorial: HG Editores
ISBN: 978-84-938-9241-8
Edición: 1ª abril 2011

Formato de archivo: PDF y EPUB, una vez adquirido tiene tres intentos de bajada y tres días desde que se realiza el pago.

SKU: A13268 Categorías: , Etiqueta:

Description

Reflexiones sobre la escritura

Yo quería escribir un libro. Por mi profesión como creativo de publicidad estaba harto de redactar textos para folletos, catálogos, anuncios de prensa y de revistas, soportes de exterior, cuñas de radio, guiones para vídeos y spot’s de televisión, contenidos de web’s, argumentarlos de venta, ¡uf! tenía que escribir algo mío. Algo para mí. En lo que yo fuese el último en decidir cómo queda la frase en cuestión.

El problema es que para escribir un libro hay que rellenar al menos 50 páginas según la UNESCO. Y, además, lo que se cuente tiene que tener sentido, estar bien hilado y, por supuesto, bien escrito. Y, finalmente, tiene que gustar al que lo lea. No creo que haya existido nunca un sólo escritor, así como ningún artista dedicado a cualquier otro tipo de arte, que haya dicho eso de que “yo lo hago sólo para mi” o “lo que opinen los demás me resbala” creyéndoselo de verdad. Seamos sinceros: el ego nos mueve en todo lo que hacemos y necesitamos que los que nos rodean nos lo reconozcan para que la rueda siga girando.

Cuando por fin me puse delante del ordenador -que, por cierto, no me explico cómo lo hacían los escritores de hace…¿30 años? sin esta maravilla de asistente a la redacción y pozo sin fondo de seudo-información-, y abrí en el Word la primera página blanquísima de lo que se suponía iba a ser mi libro, me entró un acojone (con perdón) tremendo. Los dedos se me agarrotaron sobre el teclado casi tanto como el cerebro.

Fue como encontrarme delante de un muro; de una inexpugnable pared de roca completamente lisa y vertical. ¿Eso es lo que yo quería escalar? Imposible. De repente estaba seguro de que había fracasado antes de empezar. Pero, por suerte, mi profesión me había situado muchas veces ante retos similares y conocía esa sensación. Me obligué y tiré para delante.  Escribí: Capítulo 1º. Ya había empezado. ¿Tenía que haber puesto Prólogo? Dudé. Os prometo que fue así. Pero el caso es que había empezado. Me concentré en imaginar lo que quería contar y luego en cómo contarlo. ¡Y comencé a teclear las primeras líneas de mi novela!

Había conseguido acercarme a la base de la pared de roca hasta tocarla y ante mi sorpresa veía que no era completamente lisa; era rugosa, tenía irregularidades para apoyar los pies y agarrar con las manos. ¡Estaba subiendo!

Terminar el primer capítulo es clave. Ahí se puede ver el tono que va cogiendo la historia. A mi me gustó la sensación y quedé muy satisfecho con lo escrito. Pero fue en el momento de dárselo a leer a Montse cuando me empezaron a temblar hasta las uñas de los pies. Cuando terminó de leer y me miró yo ya sabía que le había gustado.

He de decir que las dos únicas personas que han ido leyendo capítulo a capítulo mi novela han sido mi esposa (lectora consumada) y mi hijo (animador 3D y fanático del cine) sin conocer previamente nada en absoluto sobre la historia que narro en La sal de las lágrimas.

Día a día, continué llenando páginas (la constancia es fundamental)  todavía sin estar muy convencido de ser capaz de desenredar  decentemente el lío en el que me había metido. El hilo de la historia que, a groso modo, yo tenía en la cabeza cuando empecé a escribir, fue tomando vida propia y cambiando a su antojo (sobre todo por las noches en la cama y con los ojos como platos mirando la oscuridad). Fui comprobando maravillado que los tópicos son verdad. Según avanzas escalando la pared de roca te vas dando cuenta de que tienes diferentes opciones de recorrido, de que un agarre es más sólido que otro, o de que aparece una repisa donde hacía un rato no se veía nada y decides aprovecharla para descansar. Es verdad, os lo aseguro, que los personajes te obligan a cambiar cosas, que la historia se va construyendo sobre la marcha, que algo superfluo se convierte en trascendental, que  el escritor es un poco dios moviendo todo esto. Una sensación única que he tenido la suerte inmensa de vivir.

Luego llega un momento de vértigo. Miras hacia arriba, ves la cima y, por primera vez, sientes que puedes acabar lo empezado. Pero estás tan arriba, te falta tan poco para terminar que todo son dudas. ¿Será bueno lo escrito hasta ahora? ¿Seré capaz de escribir un buen final a mi historia? ¿Será una novela digna o un mediocre relato capricho de un aficionado?

Superé la crisis mirando hacia arriba y nunca hacia abajo. Me concentré en exprimir mi cerebro para dar con un buen final. Uno que de verdad me gustase a mi y resultase, además, satisfactorio para el lector. Aún me pregunto si lo habré conseguido.

Lo que nunca imaginé, una vez puesto el punto y final al libro, fue lo que me esperaba después: ¡las revisiones! Por mucho que se relea un manuscrito siempre aparecen faltas de ortografía y otros errores. Es algo de pesadilla. Espero que en la edición definitiva me perdonéis las que haya, por que haberlas haylas, seguro.

En definitiva, espero que os guste La sal de las lágrimas. Yo me lo he pasado muy bien escribiéndola y el no va más sería que también vosotros lo paséis bien leyéndola. Esto de escribir no tiene más secretos.

Antonio Martínez